jueves, 16 de diciembre de 2010

Seseribó, el hogar de la salsa en Quito











La salsa conquistó a Quito en 1983, cuando dos familias decidieron fundar un lugar en donde se escuchara y viviera la salsa junto con otras manifestaciones culturales. El Sese, como todos le llaman, se consolidó como un templo al arte, un sitio de encuentro para los intelectuales y artistas de la ciudad.

Desde hace 27 años, el Seseribó abrió sus puertas a conocidos artistas como Luigi Stornaiolo, Ramiro Jácome y Carlos Monsalve. Algunas de las obras de los pintores conforman parte de la decoración del lugar. Un ambiente rústico y bohemio predomina en el Sese. El cálido reflejo de los colores terracota y una sutil iluminación crean un ambiente acogedor.

A la entrada de la salsoteca, una obra de Monsalve da la bienvenida a los visitantes. Es la “Barra”, un cuadro de gran dimensión en donde se observan personajes nocturnos con los rostros alterados y al lado de él, cuelgan unas figuritas de unos danzantes. Bajo ellos, se ubica la barra de Johan, bartender del local por más de 8 años. “El cóctel típico es el Son Seseribó, que lleva ron blanco, jugo de durazno y amareto, es muy bueno”, cuenta entre risas.

Según Maricruz Bustillo, encargada de la puerta, el Seseribó continúa cautivando a viejos y jóvenes porque conserva la esencia con la que nació, “como cultor de la salsa, motivador de manifestaciones culturales y no solamente con intención de lucro”. La simpática colombiana, que lleva trabajando más de 20 años en el lugar, cuenta que “Trabajar en el Sese es como un privilegio, el trabajo es fuerte pero el ambiente es muy agradable, por eso perdura el personal”.

La pista de baile está llena. Personas de todas las edades, comparten el salón y disfrutan de la música. “Sonido bestial” de Richie Ray cautiva a los bailarines, que practican sus nuevos pasos y giros de la salsa. Una pareja sobresale. Un afroamericano y una joven se ganan la pista con mucha gracia.

Frente a la pista, el Dj Luis Castro los observa como intentando sincronizar la nueva pieza al son de los bailarines. Opera desde una pequeña cabina llena de discos y acetatos, muy bien organizados en un estante. “Me gusta la salsa de orquesta, esa es la que pongo, no me gusta esa nueva en que cada instrumento graba por su lado y luego le juntan en la computadora” comenta Luis.

Poco a poco la intensidad de la música comienza a bajar, desde la salsa ácida, muy veloz hasta un son suavecito. La gente toma a su pareja y baila las últimas piezas, pues ya son cerca de las 3 de la mañana y el Seseribó está por cerrar. El silencio comienza a apoderarse del lugar y termina un día más de trabajo en el “hogar de la salsa” que abrirá sus puertas a la noche siguiente para los amantes del apasionante ritmo tropical.

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