viernes, 14 de mayo de 2010

África Mía


"Solo es cuestión de creer en uno mismo, en un pueblo, en un país..."

Barack Obama.


Sobre las laderas del Pichincha, por donde el sol se esconde y contiguo a “El Paraíso” está África Mía, un barrio construido hace 9 años por el esfuerzo de 14 madres solteras, negras, que concretaron un proyecto de vida: tener casa propia y luchar contra la discriminación racial.


En un reducido espacio, de 2000 metros cuadrados aproximadamente, que limita con una quebrada, se distribuyen las casas, dos pequeñas callejuelas y un parque. Algunas casas conservan todavía su estructura original, de una sola planta, construidas con tierra y cemento, mientras que otras han sido ampliadas.


En la entrada al barrio, sobre la acera, se encuentra una mujer un tanto disgustada, pues manifiesta estar cansada de las constantes visitas de alumnos universitarios y de medios de comunicación que acuden al lugar en busca de una buena historia. “Nos ofrecen cosas y nunca cumplen; discúlpeme pero no le voy a ayudar”, dice Patricia Lara, una de las fundadoras del barrio, e inmediatamente se refugia en su casa.


No hay mucha gente en el lugar; es domingo, los vecinos han salido a pasear o a la misa de la Pastoral en Carcelén; sin embargo, tras una de las casas está una joven lavando ropa; nos ve y amablemente nos invita a su hogar para conversar. Relata los orígenes de África Mía que datan de hace más de 40 años, cuando las mujeres afroamericanas llegaron a la capital desde el Carchi e Imbabura en busca de trabajo.


Comenzaron a sentirse discriminadas cuando se les negaba la posibilidad de arrendar un lugar para vivir con su familia. Migraron a Santa Anita, un barrio en las laderas del Pichincha. Las mujeres empezaron a organizarse con la idea de comprar el terreno y construir sus casas. En esos años conocieron a una misionera austriaca, Brigita Morscher, quien se involucra en la causa y consigue parte de los fondos para la adquisición del terreno; sin embargo, a última hora el dueño del terrero se echó para atrás aduciendo motivos racistas. Las mujeres, entonces, se vieron obligadas a buscar otro lugar y finalmente se establecieron en lo que hoy es África Mía.


El barrio cuenta con una directiva que cambia cada 4 años, actualmente el presidente es Pedro de Jesús Lara y la vicepresidenta Marcia Borja. El barrio forma parte del Centro Cultural Afroecuatoriano (CCA), creado en 1981 por un grupo de Misioneros Combonianos, que buscan fortalecer la identidad y cultura afroecuatoriana.


Ya son las tres de la tarde, el barrio comienza a llenarse de vida lentamente, poco a poco sus habitantes regresan a las casas después de la misa de la Pastoral Afro, a la que acuden dos domingos al mes en donde celebran la misa católica afroamericana. También realizan regularmente encuentros con otros grupos de afroecuatorianos radicados en la capital para compartir experiencias y para organizar los festivales de baile, al ritmo de la bomba y la marimba.


El Pichincha abriga a África Mía, en una explanada con un hermoso paisaje hacia el oriente de la ciudad en donde tras varios años de trabajo, esfuerzo, unión y solidaridad, estas mujeres demuestran al mundo que no hay imposibles. “Solo es cuestión de creer en uno mismo, en un pueblo, en un país...” como ha dicho Barack Obama.



Testimonio


"África Mía es el orgullo de las madres solteras"



Diana Carolina Borja, representante de la comunidad de jóvenes afroecuatorianos del Centro Cultural Afroamericano, 23 años de edad, estudiante de Hotelería y Turismo en el Instituto Cordillera.


Crecí en este barrio, vivo en África Mía desde que tenía 12 años y estaba en sexto grado de la escuela. Vinimos con mi familia: mi mamá, Miriam Borja, mi hermana y hermano. La construcción del barrio es el orgullo de las madres solteras que decidieron construir un lugar donde vivir con sus hijos, luego de sentir que dentro de la ciudad se les cerraban las puertas simplemente por ser negras.


Mi mamá, Verónica Puyol y 12 mujeres más comenzaron con este proyecto. Decidieron hacer 14 casitas iguales y luego las sortearon a cada familia. Construyeron las casas con la ayuda de otros grupos de negros que vinieron desde el Carchi e Ibarra, que ahora viven en Atucucho, Carapungo y Calderón. Ellos venían los fines de semana y nos ayudaban.


Al principio no teníamos agua ni luz. Las casas ya estaban listas, pintadas y todo, pero de noche pasábamos a oscuras, luego de dos años nos pusieron la luz. El teléfono tuvimos al año; pero el agua, la tenemos recién hace 3 meses. Antes nos ayudaba una señora del otro barrio que abría una manguera y nos dejaba recoger agua por turnos; luego nos pusieron un grifo.


Ahora ya tenemos los servicios básicos pero todavía existen algunos problemas como la recolección de basura, porque los recolectores no pasan por aquí. También gente del otro barrio lanza la basura y a veces incluso vienen unas volquetas de no se dónde a botar escombros. Cuando llueve mucho se hace lodo; por eso queremos adoquinar. También esperamos que mejore el servicio de buses porque no hay suficientes.


Pero aquí vivimos tranquilos; ya tenemos nuestro propio terreno y estamos ampliando nuestras casas. La mayoría de los niños van a la escuela, muchos chicos ya son bachilleres y algunos están en la universidad como yo. La señora Verónica Puyol, por ejemplo está haciendo su tesis de doctorado en antropología.


Actualmente, soy representante de los jóvenes y participo en varias actividades. Dos meses al mes nos reunimos en la Pastoral para hablar sobre los valores culturales de nuestra gente. Festejamos la misa católica al estilo afro. Participamos en los festivales de baile tradicionales como la bomba y la marimba. También organizamos campañas vacacionales que se llaman Palenque. Nuestros encuentros son abiertos para todos, no somos racistas.


Todavía mantenemos contacto con Brigita, por quien sentimos mucha gratitud, al igual que por las 14 madres solteras que nos criaron con la esperanza de que salgamos adelante. Por eso estoy estudiando para superarme y demostrar que los negros no sólo servimos para bailar y jugar sino que somos capaces de ocupar mejores puestos en la sociedad.


En mi carrera, yo soy la única negra; soy un pequeño lunar, pero me siento muy bien ahí porque todos me respetan, mis compañeros y profesores me quieren y lucho día a día para que el racismo se acabe en el mundo.

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