jueves, 20 de mayo de 2010

La Bohemia

Muchas cosas han cambiado en el transcurso de mi vida, pero una siempre se mantuvo constante: un lazo místico con la Ĉeská Republika. Este pequeño país al centro de Europa y poco conocido para nosotros me llevaba lentamente hacía él hasta que un día me atrapó. No sé por qué; pero sí sé como todo empezó.


Lo que voy a contar es la respuesta que encontré en mi interior después de varios años luego de un análisis entre situaciones, hechos y coincidencias que se dieron en el momento justo. Zina, fue el comienzo. Nos conocimos en el instituto de música, en ese entonces, dirigido por la Hermana Guillermina, a la que recuerdo con gratitud y cariño.


Mi mejor amiga durante años fue ella, Zina, la de nombre de origen checo y sonido extraño a nuestro oído. Su familia estaba radicada en Quito, su padre era ecuatoriano y su madre era de República Checa. Tenía dos hermanitas: Hana y Petra, nombres típicos de la Bohemia.


Compartíamos mucho tiempo juntas. Todos los viernes, después de la clase de coro ella venía a mi casa o yo visitaba la suya. Jugábamos, tocábamos piano y cómo olvidar lo más divertido: armar las grandes coreografías de baile. Su madre, que llevaba su mismo nombre era alguien interesante, no hablaba bien el español pero hablaba una lengua ininteligible para mis oídos. Escribía unas letras con unos garabatos y acentos extraños.


Su madre era muy cariñosa conmigo y ciertamente yo lo notaba en su mirada. Era una familia particular, una familia checa, con otra lengua y costumbres que yo no comprendía al inicio pero luego también se volvieron en parte mías. Fuimos creciendo juntas y nos propusimos un día en el futuro ir a la ciudad dorada.


Fue así como la semillita de Praga se implantó en mi corazón. Nuestro Instituto de Música ascendió a Conservatorio Superior y tuvimos que ofrecer un gran recital como examen para obtener el título de técnicos musicales. Esa fue la última vez que la vi. Decidió optar por la matemática pura que a fin de cuentas también es música.


Luego de tres años obtuve mi segundo título y terminé mis estudios del Conservatorio. También me gradué del colegio y quise viajar. Con la clásica idea de cambiar de aire, personas, lugares, idiomas, todo. Por el simple motivo de la lengua más hablada y las posibilidades de un desarrollo musical distinto escogí a Seattle, la ciudad del grunge y de grandes artistas que cuentan con mi respeto y admiración.


Cambié de escena en el teatro de la vida y formé nuevas amistades. Conocía una joven tímida, un tanto reservada que denotaba desconfianza. Tenía una piel clara y cabello negro oscuro. Se llamaba Hana Dolejsi. Le pregunté sobre su procedencia y Praga, me respondió. El ganchito de mi cabeza se iluminó y recordó mi deseo desde niña de conocer aquella lejana ciudad.


Ella era una persona difícil de conocer, no le gustaba compartir con mucha gente. Al principio ni siquiera podíamos hablar en un inglés fluido pues no conseguíamos comprender nuestros diferentes acentos.Formábamos parte del mismo programa de intercambio pero vivíamos con diferentes familias anfitrionas.


Era a veces un poco extraño estar todo el tiempo con nuestras familias así que huíamos de ellas, por así decirlo, y nos reuníamos siempre en mi Ford Bronco en Bellevue. Y luego nuestro segundo hogar fue la cafetería Starbucks. Hablábamos de todo, pero siempre resaltaba el tema cultural. Nuestras diferencias de ver el mundo directamente determinadas por el lugar de nuestro nacimiento. Recuerdo tanto el tema de los abrazos y besos en la mejilla que para la cultura latina resultan muy normales y que reflejan cordialidad, calidez, etc, para Hana era algo ridículo y sin sentido, sencillamente los odiaba.


Aprendí pocas palabras en checo porque eran muy difíciles de recordar y peor aún llegar a pronunciarlas con exactitud. Me dijo que para que un extranjero aprenda el idioma le tomaría cerca de diez años. Le pregunté que por qué todos los nombres checos que conocía se repetían constantemente entre las personas. Respondió algo interesante: en la República Checa existen 400 nombres registrados, nadie puede escoger otros, porque cada uno tiene diez declenciones diferentes para ser usadas según el caso, me explicó. Me quedé en las nubes… Entonces agregó, te voy a decir como se pude decir mi nombre: Hana, Hani, Hano, Hanicka. Fue así como quedé bautizada como Pasicka.


Pasaron trece meses y cada una tenía que regresar a su país. Sabíamos que nos volveríamos a ver algún día y en algún lugar. Regresé al Ecuador, organicé mis objetivos para el año siguiente y empecé a trabajar sobre el plan de cómo llegar a Praga, tenía que ir, necesitaba hacerlo.


¡Ahoj Hanicka!, le dije y le di un beso y fuerte abrazo (ella ya estaba preparada para ello). Estaba ahí, en la ciudad del Imperio Austro Húngaro, donde los reyes quisieron que fuera la Bohemia. ¡Ahoj Kafka, ahoj Smettana aquí estoy!


Lo primero que le pedí es que me llevara al Karluv Most (al Puente Carlos). Una construcción hecha por el rey Carlos para juntar a los imperios. Un puente majestuoso, formado por 16 arcos, construido por grandes piedras y contiene algunas esculturas de los santos. Siempre está lleno de gente, cientos de turistas atraviesan por él y observan al río Moldava.


Ni hablar del Orloj, el reloj astronómico sobre la torre principal de Staromestsky. Un reloj que cobra vida al cambio de hora. Al marcar las horas en punto, se abren unas pequeñas compuertas y sale un pequeño esqueleto que golpea una campana anunciando la siguiente hora, mientas que las imágenes de los santos rotan alrededor de la luna del reloj mediante un sistema simple de poleas. Es todo un espectáculo que los turistas observan y aplauden emocionados.


Aún no he podido develar la magia y poder que rodean a esa ciudad o la energía que ejerza sobre mí, que me atrae hacia ella como un imán. Solo sé que cumplí conmigo misma, la meta que me propuse a los 6 años. Qué me depara el destino… no es cosa mía, tal vez ahora es tiempo de que tú, Hanicka conozcas mi mundo.





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